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sexta-feira, 6 de julho de 2012

INTRODUCCIÓN -- Espanhol

 

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“Numerosas escuelas se multiplican para los espíritus desencarnados y, ahora que yo soy un humilde discípulo de estos planteles educativos del Maestro Jesús, reconocí que los planos espirituales también tienen su folklore… De los millares de episodios de este folklore del cielo sobre la vida y obra de Jesús, conseguí reunir treinta y traer al conocimiento del generoso lector que me concede su atención…

Ahora, para consolidar la curiosidad de los que me leen con el sabor de la crítica, tan a gusto de nuestro tiempo, justificando la substancia real de las narraciones de este libro, citaré al apóstol Marcos cuando dice: “Y sin parábolas nunca les hablaba, pero todo declaraba en particular a sus discípulos” (4; 34); y, el apóstol Juan cuando afirma: “Pero, hay muchas otras cosas que Jesús hizo y que, si cada una de por sí fuese escrita, creo que ni aún todo el mundo podría contener los libros que se escribiesen” (21; 25)…

Pedro Leopoldo, noviembre 9 de 1940 - HUMBERTO DE CAMPOS” (Escritor brasileño fallecido).

3

PRIMERAS PREDICACIONES

En los primeros días del año 30 de la era cristiana, antes de sus gloriosas manifestaciones, se vio Jesús con el Bautista en el triste desierto de Judea, no muy lejos de las ardientes arenas de Arabia. Ambos estuvieron juntos por algunos días en plena Naturaleza, en el áspero campo del ayuno y de la penitencia del gran precursor, hasta que el Divino Maestro, despidiéndose del compañero, se dirigió al oasis de Jericó, una bendición de verdura y agua entre la inclemencia del agreste camino. De Jericó se dirigió entonces a Jerusalén, donde reposó al caer la noche.

Sentado cual peregrino en las adyacencias del Templo, Jesús fue notado por un grupo de sacerdotes y pensadores ociosos que se sintieron atraídos por sus trazos de hermosa originalidad y por su mirada lúcida y profunda. Algunos de ellos se alejaron sin mayor interés, pero Anás, quien sería más tarde el juez inclemente de su causa, se aproximó al desconocido y se dirigió a él con orgullo:

- Galileo, ¿qué hace en la ciudad?

- ¡Paso por Jerusalén buscando la fundación del Reino de Dios! – exclamó el Cristo con modesta nobleza.

- ¿Reino de Dios? – Respondió el sacerdote con acentuada ironía - ¿Y qué piensas tú que venga a ser eso?

- ¡Ese Reino es la obra divina en el corazón de los hombres! – esclareció Jesús con gran serenidad.

Y, continuando sus observaciones irónicas, preguntó:

- ¿Con qué cuentas para llevar adelante esa difícil empresa? ¿Cuáles son tus seguidores y compañero? ¿Acaso habrás conquistado el apoyo de algún príncipe desconocido e ilustre que te auxilie en la ejecución de tus planes?

- Mis compañeros han de llegar de todas partes –respondió el Maestro con humildad.

- Sí – observó Anás – los ignorantes y los tontos están en todas partes de la Tierra. Ciertamente que ellos representarán el material de tu edificación. No obstante, te propones realizar una obra divina; ¿y ya viste alguna estatua perfecta moldeada en fragmentos de lama?

- Sacerdote – le replicó Jesús con serena energía – ningún mármol existe que sea más puro y más hermoso que el sentimiento, y ningún cincel es superior al de la buena voluntad.

Impresionado con la respuesta firme e inteligente, el famoso juez aún preguntó:

- ¿Conoces Roma o Atenas?

- Conozco el amor y la verdad – dijo Jesús con convicción.

- ¿Tienes ciencia de los códigos de la Corte Provincial y de las Leyes del Templo? – inquirió Anás inquieto.

- Sé cuál es la voluntad de mi Padre que estás en los cielos – respondió el Maestro con suavidad.

El sacerdote lo contempló irritado y dirigiéndole una sonrisa de profundo desprecio, se fue en demanda de la Torre Antonio, en actitud de orgullosa superioridad.

Después de algún tiempo, ya habiendo pasado por Nazaret, descansando igualmente en Caná, Jesús se encontraba en los alrededores de la pequeña ciudad de Cafarnaúm, como si buscase con viva atención a algún amigo que estuviese a su espera.

En pocos instantes llegó a la orilla del lago Tiberíades, dirigiéndose resueltamente a un alegre grupo de pescadores como si de antemano los conociese a todos.

La mañana era bella en su manto diáfano de radiante neblina. Las aguas transparentes venían como a besar los arbustos de la playa, pareciendo jugar al soplo de las brisas perfumadas de la Naturaleza. Los pescadores entonaban una ruda canción y, disponiendo inteligentemente las barcazas móviles, echaban las redes en medio de profundas alegrías.

Jesús se aproximó al grupo y, cuando dos de ellos desembarcaron en tierra, les dijo en tono amistoso:

- Simón y André, hijos de Jonás, ¡vengo de parte de Dios y os invito a trabajar por la institución de su reino en la Tierra!

André recordó ya haberlo visto en las cercanías de Bethsaida, además de lo que habían dicho a su respecto, mientras que Simón, aunque agradablemente sorprendido, lo contemplaba confuso. Pero casi a un mismo tiempo, dando expansión a sus temperamentos acogedores y sinceros, exclamaron respetuosamente:

- ¡Sé bienvenido!

Jesús les habló entonces dulcemente del Evangelio, con la mirada encendida de alegrías divinas.

Estando muchos otros compañeros del lago observándolos a los tres de lejos, André, manifestando su notoria ingenuidad, exclamó conmovido:

- ¿Un rey? ¡Pero en Cafarnaúm existen tan pocas casas!

A lo que Pedro objetó, como si la buena voluntad debiese suplir todas las deficiencias:

- ¡El lago es muy grande y varias aldeas circundan sus aguas; el reino podrá comprenderlas todas!

Diciendo esto, fijó en Jesús su mirada indagatoria, como si fuese un niño grande, cariñoso y sincero, deseoso de demostrar comprensión y bondad. El Señor esbozó una serena sonrisa y, como si retardase con placer sus explicaciones para más tarde, inquirió generosamente:

- ¿Queréis ser mis discípulos?

André y Simón se interrogaron a sí mismos, intercambiando sentimientos de admiración envanecida. Reflexionaba Pedro: ¿qué hombre sería este? ¿Dónde había escuchado ya el timbre cariñoso de su voz íntima y familiar?

Ambos pescadores se esforzaban por dilatar el dominio de sus reminiscencias de modo de encontrarlo en sus más queridos recuerdos. Pero, no sabían cómo explicar aquella fuente de confianza y de amor que les brotaba en la esencia del espíritu y, sin vacilación, sin sombra de duda, respondieron simultáneamente:

- Señor, seguiremos tus pasos.

Jesús los abrazó con gran ternura; y, como los demás compañeros se mostraban admirados e intercambiaban entre sí burlas ridiculizadoras, el Maestro, acompañado de ambos y de gran grupo de curiosos, se encaminó hacia el centro de Cafarnaúm, donde se erguía la intendencia de Antipas. Serenamente entró en las oficinas y, avistando un culto funcionario, conocido publicano de la ciudad, le preguntó:

- ¿Qué haces tú, Leví?

El interpelado lo miró con sorpresa; pero seducido por el suave magnetismo de su vista, respondió sin demora:

- Recojo los impuestos del pueblo debidos a Herodes.

- ¿Quieres venir conmigo para recoger los bienes del cielo? – le preguntó Jesús con firmeza y dulzura.

Leví- que más tarde sería llamado el Apóstol Mateo - sin poder definir las santas emociones que dominaron su alma, asintió conmovido:

- ¡Señor, estoy listo!

- Entonces, vamos – dijo Jesús abrazándolo.

Enseguida, el numeroso grupo se dirigió a la casa de Simón Pedro, que había ofrecido al Mesías sincera acogida en su humilde residencia, donde Cristo hizo la primera exposición de su doctrina consoladora. Esclareciendo que la adhesión deseada era la del corazón sincero y puro para siempre, a las claridades de su reino. En ese instante se inició la eterna unión de los inseparables compañeros.

En la tarde de ese mismo día, el Maestro predicó la Buena Nueva por primera vez en amplia plaza cercada de verduras y situada junto a las aguas.

En el cielo vibraban armonías vespertinas, como si la tarde tuviese también un alma sensible. Los árboles vecinos balanceaban los ramos verdes al viento del crepúsculo, como manos de la Naturaleza que invitasen a los hombres a la celebración de aquél primer ágape. Las aves ariscas posaban levemente en las alcaparras próximas, como si también deseasen sentirlo, y en la extensa playa se apiñaba la gran multitud de rústicos pescadores, de mujeres afligidas por flagelaciones continuas, de niños sucios y abandonados, mezclados publicanos, pescadores con simples hombres y analfabetos, que habían acudido ansiosos por escucharlo.

Jesús contempló la multitud y le envió una sonrisa de satisfacción. Contrariamente a las ironías de Anás, él aprovecharía el sentimiento como mármol precioso y la buena voluntad como divino cincel. Los ignorantes del mundo, los débiles, los sufridores, los desalentados, los enfermos y los pecadores, serían en sus manos el material de base para su construcción eterna y sublime. Convertiría todo dolor y miseria en un cántico de alegría y, entonces, tomado por las sagradas inspiraciones de Dios, comenzó a hablar de la maravillosa belleza de su transporte de ventura. En el cielo había una vibración de claridad desconocida.

A lo lejos, en el firmamento de Cafarnaúm, el horizonte se tornó en un deslumbramiento de luz y, bien en lo alto, en la cúpula dorada y silenciosa, las delicadas nubes tomaban la forma suave de las flores y de los arcángeles del Paraíso.

 

Tomado del libro “BUENA NUEVA” de FRANCISCO CÁNDIDO XAVIER (Médium Espírita) y HUMBERTO DE CAMPOS (Espíritu Desencarnado).

Elaborado por: GILGARAL

 

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